Artículo de Alberto Bejarano A.

  No existe historia tolimense (I)

Sáb, 01/10/2022 - 06:00

Decía en artículo anterior que no existe una historia tolimense porque en nuestros casi cinco siglos no hemos sido protagonistas, solo hemos contemplado pasivamente la formación de nuestras estructuras sociales por fuerzas externas, es decir, observamos los cambios, pero no los causamos y de ahí el atraso y no el desarrollo. Por amigables disensos sobre la historia tolimense y por ser cuestión crucial para comprender al Tolima, en pocas cuartillas intentaré plantear mi opinión, pues si bien historiadores, antropólogos y arqueólogos relatan sucesos acaecidos desde tiempos precolombinos, nunca hemos juzgado si el “orden” social, político, económico y ambiental del Tolima de hoy es construcción, deconstrucción o accidente y por tanto si los tolimenses fuimos y somos históricos o ahistóricos.

Vivencias y lecturas de lo acá ocurrido en los últimos setenta años me hacen escéptico sobre el futuro del Tolima, escepticismo que podría mutar a optimismo si en el Tolima se decidiera hacer una lectura crítica de la cronología del ayer para entender el porqué del presente y el cómo no reeditar más el pasado y así empezar a cambiar nuestra historia. “Nuestro destino nunca es un lugar, es una nueva forma de ver las cosas”, señaló Henry Miller, y en la historia nuestra forma de ver las cosas se ha caracterizado por el “dejen hacer y dejen pasar” porque no obramos como sujetos históricos y así permitimos que nuestra realidad se moldeara con imposiciones externas y que la decadencia moral y ética se hiciera costumbre.

Con una aleatoria y apretada sucesión de ejemplos intentaré explicar la diferencia entre la construcción histórica y la historia como hecho inercial en la ya larga vida tolimense. Inicio con la política y señalo que nuestra concepción, nuestro “modelo” y nuestra praxis política se fraguaron a costa de sangre e insolidaridad porque nuestros padres y abuelos se mataron u odiaron por trapos azules o rojos que no se enastaron en el Tolima y porque, si aún aquello de región hoy no se entiende, en los años cincuenta del siglo XX menos podía comprenderse que la tolimense era una sociedad concreta que, unida, podría construir su propio destino.

Esa violencia se “venció” con el Frente Nacional a finales de los cincuenta (dizque para abolir la dictadura) y aquel acuerdo, donde el Tolima pocas velas tuvo, nos heredó, no fue creada por nosotros, la repartija burocrática que degeneró en ese clientelismo y gamonalismo tan enraizado en el Tolima. Antes del FN algunos dirigentes enorgullecían al Tolima (Echandía y otros) porque fueron líderes históricos, pero de los ochenta para acá, nuestra política causa vergüenzas ante el país y todo porque, ya en el siglo XXI, hasta “alternativos” y éticos, por no entender que el cambio empieza por concebir un modelo político para el Tolima, utilizan la venal, insulsa y centralista “política” para alcanzar sus personales ambiciones electorales.

Para que el Tolima escriba su propia historia sus líderes políticos deben ser históricos y ello empezaría por acordar un proyecto político para reconstruir al Tolima. Continua… 

 No existe historia tolimense (II)

Sáb, 08/10/2022 - 06:00


La aleatoria lista de ejemplos para contrastar la construcción histórica con la historia como zaga de sucesos inerciales en el Tolima continua con los servicios públicos, donde también lo histórico se hizo evidente al permitir que la construcción de la actual estructura (excepto acueductos, donde ronda el runrún privatizador) se readaptara por la dinámica empresarial, externa, nacional y multinacional y ante la inacción, cuando no apología, de quienes ignoran que una estructura de activos productivos, pública y propia, permite generar utilidades para reinvertirlas en calidad de vida, empleo y prosperidad para los tolimenses.

A diferencia de regiones desarrolladas, en el Tolima el neoliberalismo aturdió la cordura de la dirigencia política para que admitiera que no existen diferencias capitales entre economía pública y economía privada y la fábula de que la primera es más eficaz si es privatizada. Este ardid, que rompe el equilibrio entre bien común y bien privado (solo posible si las dos ramas económicas son fuertes) cumplió su tarea, pues unos líderes públicos (diría que probos pero cándidos) cayeron en el esnobismo neoliberal y otros (los politiqueros venales), clientelistas ya por herencia del FN y que veían lo público como coto de caza para satisfacer su codicia, hallaron en la enajenación de activos productivos del Tolima otro filón para sus inicuos fines. Las sociedades sin ética, identidad y espíritu solidario se condenan a desandar su historia.

Sin valorar ni defender los activos productivos públicos del Tolima o que aquí tenían su sede, se vendió a Hidroprado (cuentan se construyó para reparar los perjuicios de la violencia) sin que el gobernante del momento realizara gestión alguna para utilizar la primera opción de compra que tenía el Tolima. Vendieron a Electrolima, vendieron las acciones de Teletolima; privatizaron la recolección de basuras en Ibagué y, en general, fue una desafortunada época en que se ocasionó o permitió la enajenación de recursos reales y potenciales (ej. El gas) y así se cercenó la posibilidad de construir un modelo público-empresarial robusto (ej. EPM, guardadas proporciones) para la prestación de servicios públicos esenciales y para generar excedentes para la formación de un capital que apalancara e hiciera sostenible el progreso.

Sobre ello impera el mutismo, tal vez por falta de conciencia social, juicio crítico y posición política y por tanto esos sucesos no son históricos, es de construcción regional que deshace la historia. Pero, pasadas muchas décadas, esa manera de ver las cosas no cambia y por ello, si hoy (posibilidad inherente al descaro politiquero) privatizaran al IBAL, sin duda surgirían tímidas protestas, ruidoso silencio y zalamerías para el “astuto depredador” del momento e Ibagué habría perdido su bien más preciado, el agua, para enriquecer a unos pocos.

¿Cuánto dinero que debía reinvertirse en nuestro progreso se remesa hoy a otros sitios del país y el mundo? ¿Acaso ello no explica el desempleo, la emigración, la pobreza y el atraso en general? ¿Acaso no es de extravíos, errores y fracasos que se aprende? Continúa…

 No existe historia tolimense (III)  

Por: Alberto Bejarano Ávila.
En razón a que existen países y regiones exportadoras e importadoras de capital financiero, uno se pregunta si este es o no asunto pertinente al desarrollo tolimense y en consecuencia si la “Visión Tolima”, los políticos y los líderes económicos conciben, como estrategia capital, fundar un mercado de capitales del Tolima. De no ser así entonces el desarrollo es narrativa boba, pues el Tolima seguirá siendo nicho rentable y exclusivo para financistas nacionales y transnacionales que, en gran parte, con el mismo ahorro público y privado de los tolimenses especularán y lograrán la mejor tajada del esfuerzo productivo regional: Sin finanzas propias una “región pobre” acaba siendo colonia o enclave económico y su progreso un imposible

Tal vez se crea que el actual modelo financiero es virtuoso e inmutable y por tanto mentira que réditos o utilidades, empleos, avance tecnológico, reinversión, inclusión y más atributos que aportaría una operación financiera gestionada por tolimenses sea decisiva para nuestro progreso. Pero no siempre se pensó así. Hernán Clavijo (“Formación Histórica de las Élites Locales en el Tolima”, tomo II), nos recuerda que “en 1882 (hace 140 años) apareció la más importante sociedad anónima de tipo financiero que se fundó en tierras del actual Tolima, el Banco de Honda… y que el mayor accionista no fue ningún empresario extranjero sino un comerciante de Honda, Gregorio Castrillón, quien compró 20 acciones...”

También en 1882 “se creó el Banco del Tolima, (“Bancos y Banqueros”, sin mayores datos) con capital autorizado de 200 mil pesos… y que funcionó hasta 1886, año en que lo absorbió el Banco de Neiva”. No menos valiosa fue la creación en 1984 de “Corfitolima, Corporación Financiera del Tolima”, que operó por varios años y luego fue fusionada con la Corporación Financiera Santander. De otra parte, en las décadas 60 y 70 del siglo pasado y auspiciadas por la Iglesia y la Alianza para el Progreso, en muchos municipios tolimenses se instituyeron cooperativas de ahorro y crédito, emulando el modelo Crédit Unions, que en USA continúa ejerciendo destacado desempeño para beneficio a pequeños empresarios y clase media.

Después de los 80, algunas cooperativas, es el caso Cooperamos, ampliaron su perspectiva para crear un modelo financiero adecuado al Tolima que partía del propósito de reconstruir la identidad histórico-territorial para construir socialmente la región, es decir, su visión y su misión trascendía el mero pragmatismo y se erigía como gran plataforma estratégica socio económica para redimir al Tolima, adaptando modelos que cambiaron otras realidades, ej.: cooperativas Desjardins, Quebec, Canadá; Reiffeisen, Alemania; Credit Unions, USA; IMFC Idelcoop, Argentina; historia de Mondragón Corporación Cooperativa, País Vasco, España.

Las condiciones objetivas para un enfoque financiero-crediticio tolimense no han cambiado, cambió nuestra lógica, que hoy es ahistórica o ignora la historia y por ello de tanto “fracaso” no aprendemos, razón que nos lleva a recular, pero eso sí, convencidos de que avanzamos.