Slawomir
Mrozek (Polonia, 1930)
En mi habitación la
cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me
aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo
me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.
Llegué a la
conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su
situación central e inmutable.
Trasladé la mesa
allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.
La novedad volvió a
animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que
había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared,
lo que siempre había sido mi posición preferida.
Pero al cabo de
cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así
que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio
fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que
inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de
cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el
armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario.
Era necesario
llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos
límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que
traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la
vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.
Decidí dormir en el
armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que
semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la
hinchazón de pies y de los dolores de columna.
Sí, esa era la decisión
correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también
se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a
acostumbrarme al cambio—es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que,
al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor
aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
De modo que todo habría
ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó
tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la
cama.
Dormí tres días y tres
noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en
medio, porque el armario en medio me molestaba.
Ahora la cama está de
nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el
aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.
Comentario de Paz Díez Taboada
“Revolución”
de S. Mrozek. Perteneciente a la obra La vida difícil - © de la
traducción, 1995 by Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles y Quaderns Crema
S.A.U. (Acantilado, Barcelona)
“Sorprende que en un cuento tan breve como
“Revolución” se haya sintetizado, y con excelente sentido del humor, el devenir
de los últimos tiempos de la historia de Europa, tanto en su evolución
político-social como artístico-cultural. Pero, sobre todo, destaca la gracia
inteligente del autor polaco que narra, en primera persona, las peripecias de
un hombre que, un buen día, insatisfecho por el orden y monótona disposición de
los muebles de su habitación y para hacer más interesante su cotidianeidad,
decidió cambiarlos de lugar, suponiendo que así él mismo podría renovarse, pues
la transformación de su hábitat comportaría la renovación de su propia
existencia. El resultado fue que, por ello, se sometió primero a lo
novedoso, más tarde, a lo insólito -ambos, valores máximos y aun míticos de la
modernidad-, y, después, por supuesto, a lo incómodo, llegando incluso al
sufrimiento insoportable.
No hay que ser un lince para darse cuenta de que
estamos ante una parodia brevísima, pero excelente, de las innovaciones del
arte moderno, de los experimentos culturales y, también y sobre todo, de los
inhumanos y brutales sistemas políticos del último siglo. Si colocar la cama en
medio de la habitación resulta indudablemente inconformista, poner en dicho
lugar el armario se transmuta en un acto de vanguardia. Como el armario
entorpece el paso y no permite llegar hasta la cama, nuestro hombre toma la
decisión de dormir de pie dentro de él, o sea, justo lo más incómodo, absurdo y
doloroso: “Esto sí era ya un acto revolucionario”.
Al fin el buen sentido se impone, porque ni pueblos
ni hombres pueden soportar por largo tiempo el dolor y ni mucho menos el
absurdo; y, por tanto, se vuelve al orden primigenio. Pero, ¡ay!, de vez en
cuando, nuestro hombre se aburre y siente nostalgia de su pasado
revolucionario; así, pues, es posible que, sentado en su silla, ante la mesa,
con rostro lánguido y mano en mejilla, esté esperando a los bárbaros…”